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Escribir es mi trabajo


(César Mallorquí hablando claro. Olé. - Paloma Muiña)



NOTICIA:



Recientemente, un conocido bloguero ha publicado una entrada difundiendo enlaces de las más populares páginas dedicadas a la piratería de libros. Ha publicado eso, no porque sea un valiente Robin Hood que le quita a los pérfidos autores sus derechos para distribuirlos entre los pobres, sino para aumentar el tráfico en su blog y cobrar más por la publicidad. Lo mismo hacen las páginas pirata.


El derecho a la propiedad intelectual fue un avance social (surgido en el siglo XVIII) que libró a los creadores de la tiranía de los mecenas y los editores+++, y de la apropiación de su obra por parte de cualquiera. Ese derecho fue posteriormente incluido en el artículo 27.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.


Quienes defienden la piratería suelen alegar que “Apoyar la cultura es compartirla”. Vale, no lo voy a negar. Pero hay que diferenciar entre “cultura” y “producto cultural”. Actualmente, la cultura se comparte mediante la educación gratuita, las exposiciones, los museos o las bibliotecas públicas. Nada de eso daña los intereses de nadie, muy al contrario. Pero los productos culturales (libros, películas, cómics, música...) son otra cosa. Detrás de ellos hay una industria (cultural) y unos trabajadores. En el caso de los libros, están las editoriales y los autores. Pero también los editores, los traductores, los correctores, los diseñadores, los impresores, etc. Todos esos trabajadores tienen derecho a cobrar por su trabajo. En el caso de los autores, sólo cobran un porcentaje de las ventas, así que si su libro no se vende, no cobran nada (o muy poco en el caso de que haya anticipo).


Si todo el mundo siguiera el ejemplo y la “filosofía” de los adalides de la piratería, nadie pagaría por un libro ni por ver una película. Las consecuencias son evidentes: las empresas culturales cerrarían, se perderían miles de puesto de trabajo, la mayor parte de los autores dejarían de escribir. Además, no se traducirían libros, con el brutal empobrecimiento cultural que eso conllevaría. Qué curioso eso de apoyar la cultura destruyéndola...


De hecho, ya está ocurriendo. El 87’48 % de los contenidos consumidos el año pasado en Internet eran ilegales, lo que supone un perjuicio de 1.669 millones de euros al sector cultural. Y las cifras crecen año a año. Esto nos afecta a todos, y no solo a los creadores, pues las arcas públicas pierden anualmente, en concepto de impuestos, unos ingresos de casi 600 millones.


Apoyar la cultura significa apoyar a los que la crean. No regalándoles nada, por supuesto; bastaría con respetar sus derechos legales. Soy escritor, ese es mi trabajo. Dedico ocho horas al día, cinco días en semana, a la creación literaria. Mi jornada es como la de cualquier otro trabajador. Porque escribir profesionalmente es un trabajo, duro y arriesgado. Algunos de mis libros han vendido muchos ejemplares, pero otras han vendido muy poquitos, hasta el punto de no compensar el esfuerzo y el tiempo dedicados. Pero lo asumo, es un riesgo que forma parte del trabajo. Jamás he pedido ninguna subvención, nada, ni un céntimo. Lo que gano es fruto de mi esfuerzo, del esfuerzo de muchas décadas, y de mi talento, sea poco o mucho. Creo, además, que mi trabajo es bonito; fomentar la lectura, hacer soñar a la gente, divertir al lector. No creo ser mala persona. Por eso, me entristece que haya gente dispuesta a arrebatarme mis derechos de autor. Pero quienes más me cabrean son aquellos que, encima, pretenden convencerme de que lo hacen por mi bien. Y una mierda; lo hacen para ganar, o ahorrarse, unas monedas. Lo hacen porque son unos mezquinos a los que, en el fondo, les importa un bledo la cultura.



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